Metamorfosis


           La hermosa estrella recordaba avergonzada que había quedado aturdida por la luz que proyectaba el agujero negro la primera vez que lo vio. Era una iluminación imponente y concentrada y no exageraba al decir esto, ya que no cualquiera consigue doblegar la luz hasta el punto de atraerla hacia sí mismo, de forma tan sencilla como quien aspira el humo de un cigarrillo, a diferencia de que la luz inhalada ya no vuelve a salir nunca más. Quedó maravillada por el gran enigma que representa, un cuestionamiento tácito de todo en el universo. Permaneció prendada, constantemente ansiando orbitar al punto más cercano y palidecía al pensar en el gran vacío que se erigía entre ellos.

Astrid conoció a Jorge en una reunión de ésas para las que una se acicala dos horas antes porque nunca se sabe qué exóticos especímenes se van a encontrar. Era una reunión de psicoanalistas renombrados en la que Astrid había logrado colarse sin mucha dificultad, ya que siendo una estrella local, varios le concedían favores sin pensarlo. Ella tan segura y empoderada se sentía extrañamente atraída por esos círculos intelectuales, aunque estuviera lejos de considerarse algo semejante. Siempre tan concreta y tenaz, clavó su mirada en Jorge y no pensaba dejarlo escapar. Sin embargo, ella aceptaba con cierta reticencia que un abismo se asomaba entre ambos, siendo tan diferentes, y se mordía el labio inferior pensando en la estrategia más adecuada para acercarse.

La estrella comenzó a notar casi imperceptiblemente que se iba aproximando al agujero negro. Se encontraba bajo el poder de esa fuerza demasiado familiar que la conduce siempre en la misma dirección, esa fuerza gravitacional. Conforme lo veía cada vez más cerca, más lejana se sentía al ser ambos tan opuestos, pero su admiración por el agujero negro crecía. Tan misterioso y oculto, omnipotente e insaciable centro de la galaxia, venerado por todos los que giran a su alrededor, admirado al grado que se muestran totalmente dispuestos a precipitarse sobre él, como moscas volando sobre viscosa miel. La estrella pensaba que cualquier sacrificio valdría la pena con tal de conocer los misterios que entrañan su centro, cual atemporal trampa en el espacio. Ella tan radiante y con luz propia, considerada bella por algunos, deslumbrante y observable a años luz, pero tan tangible y estudiada, tan entendible. 

Jorge se percató de esa mirada de gorrión que se encontraba con la suya por instantes y se volvía disimulada y velozmente hacia cualquier punto vacío en la habitación. Una hermosa mujer cuya belleza parecía tan nítida y brillante como un amanecer sin nubes, un aro rojizo con destellos dorados, asomándose desafiante en el horizonte. Se acercó a ella para ofrecerle una copa y ella fingiendo algo de timidez, contradictoriamente la aceptó vivazmente sin reparos, como si lo estuviera esperando.

La estrella se acercaba cada vez más al agujero y dubitativamente mentalizaba cómo reaccionar. Pensó que se esfumaría ante su majestuosidad, pero el agujero le sonrió diciéndole que todo estaría bien, que le parecería un instante el tiempo que duraría la metamorfosis. Le dijo que era hermosa y que lo sería aún más después de la transformación, como la oruga que sale de su capullo. Al escucharlo, la estrella sintió ahogarse en un mar de felicidad inexplicable, sin comprender cómo era posible que hubieran coincidido en ese punto, en el vasto océano que constituyen el tiempo y el espacio.

Astrid y Jorge conversaron largamente esa noche. Ella bebía de su copa y se embriagaba sorbo a sorbo con cada palabra que salía de la boca de él, maravillada por su sabiduría con respecto a la psique y sus misterios. Cuando ella hablaba, relatando cualquier trivialidad sobre sus gustos, su rutina y sus amistades, la escucha y la mirada de Jorge eran tan intensas que se sentía traspasada y transportada a otros dominios, lejos de ese espacio, de esa habitación mundana donde otras personas charlaban y se podían escuchar ecos de sus palabras a lo lejos, pero ella sólo oía su propia voz y la de él y sólo veía esa mirada tan profunda como el pozo de una noria. Cabe señalar que no era atracción sexual lo que sentía por él, sino una atracción intelectual. Jorge a su vez, se sentía cautivado por la seguridad y asertividad que proyectaba Astrid, ya que las relaciones sociales se le daban con una gran naturalidad, gracias a su gran carisma. Su belleza terminaba siendo un atributo secundario al lado de su vitalidad. Ella le comentó que le interesaba conocer más sobre el psicoanálisis y le preguntó que si era posible asistir a algunas  sesiones con él para probar. A lo que Jorge respondió que no tenía disponibilidad por el momento, debido a una reciente saturación en sus horarios, tratándola como a cualquier persona que se acercara con él para solicitarle una cita. Pocos momentos después, Astrid se levantó de su asiento y se marchó, sin ofrecer una explicación.

Astrid sintió como una punzada ese repentino e inesperado rechazo y desde ahí inició su camino a la transformación, al reconocer posteriormente, con trazos de resentimiento, que había sido herida en su orgullo, y por vez primera aceptó que tal vez no era tan segura como creía, y que ese orgullo dañado podía significar tan sólo la entrada a un mundo olvidado. Un mes después, al recordar ese encuentro, Astrid consiguió el dato de la secretaria de Jorge mediante un conocido en común, y le llamó para solicitar de nuevo una cita. Se había abierto un espacio y comenzó a ir a sesiones con él. Poco a poco, un nuevo universo se fue extendiendo ante ella, un mundo de nuevas y misteriosas cualidades humanas, miedos ocultos, extravagantes deseos profundamente enterrados, sueños abandonados tiempo atrás, inmensurables esperanzas y posibilidades que había creído agotadas. Fue como si su universo psíquico se estirara, como si sufriera una lenta metamorfosis, convirtiéndose en alguien diferente a quien aún no lograba definir, pero que deseaba conocer a gran profundidad.

Al llegar al punto crítico donde la fuerza hace su magia, el agujero negro comenzó a absorber a la estrella capa por capa, lentamente y sin descanso, como las capas de una cebolla. La estrella sentía una gran emoción al experimentar aquella metamorfosis, el cambiar de lugar y por fin descubrir los secretos atemporales que constituyen los agujeros negros. Se aceleraron sus partículas y cruzó el horizonte de sucesos. Fue como quien está atrapado en el fondo de una noria y al voltear hacia arriba observa ese aro luminoso que representa la salida, comenzando a gravitar súbitamente para alcanzarla. Fue estirada en un interminable hilo de luz que cruza por el ojal de una aguja, comprimida en extremo para dar paso a la transformación. Y fue así cuando sucedió un acontecimiento que sucede en diferentes puntos en el universo, cuando los años parecen un instante. La consumió por completo y el universo se borró detrás de ellos. La estrella se quedó en la penumbra por unos instantes y sólo veía su propia luz alrededor, convirtiéndose en algo más. Renació en otro universo y a final de cuentas, todo lo hizo ella misma. El gran agujero solamente había sido un facilitador en su proceso, y el sentir ese poder en ella era lo más reconfortante y esclarecedor que había experimentado en mucho, mucho tiempo.

Y fue así como sucedió que un agujero negro supermasivo transformó a una estrella. Y esta experiencia mágica es relatada por la estrella a todo aquél que tenga una mente abierta para comprenderla, mientras dicha estrella suspira al recordar ese viaje inter-universal, en algún punto del multiverso.

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