La niña que se creía gato



 Había una vez una niña llamada Dana a la que le comenzaron a gustar mucho los gatos desde muy temprana edad. Conocía todos sus tipos de maullidos, sus comidas favoritas, su manera de acicalarse, sus juegos y sus pasatiempos. Gran parte del tiempo jugaba a ser un gato, se emocionaba como gato, se enojaba como gato y saltaba y escalaba como gato.

La perrita de la familia había fallecido hacía ocho meses y la mamá pensó que tal vez era buen momento para tener otra mascota. Nunca había tenido un gato y sabía que al papá de Dana no le gustaban, ni a su familia de origen tampoco. A ella le gustaban los gatos, pero no sabía casi nada de ellos y sus cuidados. Siempre había tenido perros y le agradaban más porque se decía que eran más fieles, pacientes y cariñosos que los gatos, sobre todo con los niños. Sin embargo, era tanta la afición de Dana por los gatos que la mamá comenzó a investigar sobre ellos y sus cuidados y encontró que son más independientes que los perros y necesitan menos atención. Eso la motivó, ya que con dos niños que cuidar, la verdad no era muy llamativa la idea de traer a casa una mascota muy demandante.

Sin embargo, a la mamá le preocupaba la idea de que los gatos fueran más agresivos que un perro, que era el tipo de animal que mejor conocía hasta ese entonces. Pero en sus investigaciones encontró que si se adoptaba un gato desde pequeño era menos probable que atacara a un niño. Sabía que iba a ser un reto pero valdría la pena intentarlo, porque había un detalle de Dana que le preocupaba.

Dana tiene un hermano mayor con autismo y ella, a pesar de que ya casi iba a cumplir los tres anos, casi no hablaba en frases y su vocabulario era muy limitado para su edad. Tenía un importante retraso en el lenguaje. Y como a Dana le gustaban mucho los animales, y en especial los gatos, la mamá tenía una corazonada de que tal vez un gato le ayudaría a Dana.

Por otro lado, en parte por su retraso en el lenguaje y en parte por su personalidad, Dana también tenía algunos problemas conductuales y emocionales. Tenía un fuerte temperamento que le hacía estallar en berrinches que duraban un tiempo más prolongado de lo habitual, le molestaban mucho los cambios en las rutinas, no le gustaba compartir juguetes con su hermano, ni la atención de la mamá con él o con su papá, pegaba y aventaba cosas cuando las cosas no se hacían o no salían como ella quería, y hacía corajes si se equivocaba o se le dificultaba hacer algo. En fin, rasgos comunes en una niña de tres anos, pero con un considerable incremento en la intensidad y frecuencia.

Poco después de su cumpleaños número tres, Dana acompañó a la mamá a la tienda de mascotas a buscar un gatito que había visto la mamá ahí. Ya no estaba ese gatito, pero había otro, blanco con manchas cafés y ojos azules, de tres meses de edad. Lo habían encontrado un mes antes al lado de la calle y había tenido una infección en los ojos que ya se había curado. La mamá llenó los papeles de adopción. Al día siguiente le hablaron por teléfono para que fuera a recogerlo. El gatito había encontrado un hogar. Ahora se llamaba Freddy.

Al principio, Dana no sabía cómo tratarlo y sólo se limitaba a seguirlo muy emocionada por toda la casa y reírse de todo lo que hacía. Freddy se la pasaba explorando su nuevo hogar y se iba adaptando a su nuevo ambiente. No todo ha sido fácil, ni para Dana ni para Freddy, que comenzaron a convivir como hermanitos, peleando por los mismos juguetes, molestándose mutuamente y rivalizando por la atención. Pero también juegan mucho juntos. Dana le quiere dar premios y presentarle juguetes nuevos constantemente para que Freddy se interese por ella. Le pregunta por sus gustos, que si le gusta cierto juguete, o cierta cama, o comida, le encanta salir con él al patio, observan juntos a los pájaros por la ventana, se acurruca junto a él en la alfombra y le platica sobre lo que ha hecho en el día o lo que va a hacer al día siguiente. Dana ya no sólo maúlla principalmente como lo hacía antes, ahora compone frases de más palabras, hace preguntas y platica. En pocas palabras, el vocabulario y el lenguaje expresivo de Dana aumentó considerablemente, así como también mejoró mucho su estado de ánimo.

Por su parte, Freddy le tiene una gran paciencia, porque ha aprendido que donde está Dana ocurren cosas interesantes, nuevas y divertidas, y como todo gato, es muy curioso, pero sabe que Dana es voluble y a veces juega tosco, por lo que Freddy pone sus límites lanzándole alguna leve mordida de aviso o yéndose a otro lugar. La mamá siempre hace lo posible por ser la mejor intermediaria entre ellos y hasta el momento, no han ocurrido incidentes mayores. La mamá se ha llevado una muy grata sorpresa sobre la personalidad de los gatos, y en especial en este caso, de Freddy. Tienen voluntad propia, no están dispuestos a socializar o jugar cuando uno lo desee, pero su manera de jugares muy ocurrente, divertida y chistosa. Si un gato quiere estar contigo, no es por lo que le das, sino porque hay algo en ti que en realidad le gusta.

Freddy acabó con cualquier prejuicio que la mamá tuviera sobre que los gatos no son buenas mascotas para un niño, y que no son cariñosos a su manera. A final de cuentas, Freddy es mucho más parecido a Dana de lo que cualquier perro podría llegar a ser, porque Dana en realidad quisiera en parte, ser un gato también, por lo increíbles que los considera.  

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