Ruptura
Celeste no había tenido realmente la necesidad de quedarse en la oficina
revisando los reportes hasta las 8:00 pm, cuando ya no quedaba nadie más que
ella, pero llegar a casa no era motivador.
Llegando a su hogar, es recibida por
Chester, su pequeño perro quien es ahora su único acompañante en aquella gran
casa de varias recámaras. Hace un esfuerzo para llegar al sofá donde se derrumba
a ver cualquier serie de Netflix que le ayude a distraer su mente de los
pensamientos no bienvenidos, que encienden los motores del tren y lo conducen
por un sinfín de subidas y bajadas que desembocan en una cascada de emociones
desbordadas.
Después de su habitual media hora de
comer comida chatarra y helado, seguida por cualquier pequeña bandeja de comida
congelada calentada en microondas, abre una botella de vino tinto y se toma
varias copas mientras lucha por mantener su mente en blanco, desviando su
mirada continuamente de la televisión al móvil, sin concentrarse verdaderamente
en ninguna de las dos pantallas. Como si ambos cristales tuvieran notas pegadas
con recordatorios en los que se leyera la frase “Estás sola.” Revisa Tinder,
viendo los perfiles de otros hombres, viendo sin mirar, planeando vengarse,
pero desiste porque llega a la conclusión de que realmente no importa.
Ya pasadas dos horas, se dirige al tocador
arrastrando los pies y se desmaquilla, se lava la cara y los dientes, usa el
sanitario y se va a la cama. Esa cama que es para dos, pero en la que ahora
sólo duerme ella. Llora amargamente por un buen rato, se levanta para ir al
sanitario a vomitar toda la ira, la frustración y el despecho y regresa a la
cama. Se queda viendo al techo hasta quedarse dormida, rendida de cansancio, no
sin antes ser visitada por la breve esperanza de alcanzar un descanso realmente
reparador, sin sueños de tiempos pasados. Deseando lograr adentrarse en un mar
profundo y tranquilo que la haga olvidar, pero sobre todo, perdonar.
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